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Recreo de Messi

  • intinewsperu
  • 19 ene 2015
  • 2 Min. de lectura

Venció el Barcelona, que convirtió Riazor en un balneario, un espacio para solazarse, olvidar pasados desastres y disfrutar del manejo del balón, lo mejor que le puede pasar a un equipo como el de Luis Enrique. Se encontró con un rival que dimitió de toda disputa, que le permitió un ritmo plácido, relajado para atacar y defenderse, que no le exigió la necesidad de apretar tras cada pérdida porque jamás encontró la manera de desplegarse, como si cada vez que tenía que avanzar unos metros fuera prisionero del pánico.

Sumó el Barça tres puntos para mantener el ritmo de la cabeza en un monólogo en el que por momentos se abandonó al relajo, en el que le pudo golpear el rival en un momento complicado si hubiesen tenido algo de pegada Isaac Cuenca y Medunjanin en sendas llegadas que agitaron Riazor, un coliseo menos efervescente que de costumbre, como resignado a la manifiesta inferioridad de su equipo.

Ocurrió que la suma final de oportunidades tiñó de una cierta dignidad el partido del Deportivo, más suelto tras el descanso, un punto más atrevido para que Bravo se estirase tras una punterita de Juan Domínguez que se iba a la red. Para entonces las batallas del Barcelona se enfocaban a mantener la ventaja con una cierta economía de esfuerzos y activar a algunas de sus piezas, por ejemplo a Luis Suárez, de nuevo esforzado en la brega y desafortunado hasta la desesperación en el remate, en la búsqueda de la diana que alimentase su hambre de goleador, que buscó hasta la última jugada del partido y volvió a pasar de largo. O a Neymar, bullicioso, siempre con alguna pirueta digna de aparecer en los highlights de la jornada, apenas decisivo.

A la espera aún del mejor Iniesta o de que Rakitic, excelso en el pase del primer gol, encuentre más continuidad y peso en el juego, al Barcelona siempre le dan argumentos para imponerse la debilidad de tantos rivales del pelaje de este Deportivo de supervivencia y sobre todo Messi, que dejó un tercer prodigio, un triplete coronado al encontrar por bajo un ángulo inverosímil para el meta local. Partió desde la derecha y acabó en la mediapunta, aparentemente inactivo sin la pelota, destilando esa sensación vaporosa que se convierte en tempestad en cuanto se activa. Transitó hacia la mediapunta a medida que avanzó el partido, mientras caían los goles, contundente y sutil en la definición. Su aire ausente no engañó a nadie, se lo pasó como un niño en un parque de bolas, disfrutó tanto que su entrenador, puestos a reservar piezas, dosificó los esfuerzos de otros compañeros. Prefirió que fuese el árbitro el que con su pitido final fuese el que le dijese que se acabó el recreo. Y se llevó la pelota bajo el brazo. Una más.

El País

Foto: EFE

 
 
 

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